Adoradores de Jano

El culto al dios Jano tuvo una especial significación en las Guerras Cántabras. Su templo abría sus puertas para beneficiar el tránsito favorable de la Guerra que se iba a iniciar. Desde los tiempos de la fundación de Roma solo se había abierto en tres ocasiones. La guerra contra los cántabros y astures fue la cuarta.

 

Jano es uno de los dioses más antiguos del panteón romano y no tiene correspondencia con los dioses griegos.  Poseía el don de buscar en el pasado y conocer lo que ocurrirá en un futuro, por lo que adquirió también el epíteto de “Bifronte”.

Julio César al reformar el calendario, en el año 47 antes de Cristo, consagró a Jano el primer mes del año, como portador de un nuevo ciclo, un renacer. Es el dios que aseguraba buenos finales.

El templo de Jano en Roma contaba con dos puertas. En su interior se adoraba la efigie del dios bifronte, con una cara mirando a la puerta de entrada (Jano patuleius, el que abre), y otra a la salida (Jano clusivius, el que cierra).

César Augusto, volvió a abrir las puertas del templo, en el 27 antes de Cristo, como acto propiciatorio para el inicio de las Guerras Astur-Cántabras. A principios del año 24 antes de Cristo, a la vuelta de Augusto tras su victoria frente a los pueblos del norte de Hispania, fueron de nuevo cerradas permaneciendo así doce años. Este grupo alberga también a los lictores (una mezcla entre guardia de honor y guardaespaldas) que acompañan al César. Los cónsules por ejemplo llevaban una escolta de doce lictores. Los símbolos externos de su autoridad consistían en las fasces (un cilindro de treinta varas de abedul u olmo atadas, que representan a la curia de la Antigua Roma y el poder de coerción y castigo), combinada con un hacha (labrys), y un cetro de marfil (scipio eburneus) rematado por un águila.